UN MENDIGO DE CONFIANZA
Por fin acabaron las clases, mil novecientos sesenta y dos, llegaba a su fin. Teníamos por delante dos semanas de vacaciones. Aquella Navidad se presentaba fría, pero para nosotros eso no suponía ningún hándicap. Emilio y yo estábamos acostumbrados a jugar en la calle. Ese mismo sábado, después de comer y una vez que las cacerolas, platos y cubiertos habían quedado lavados y recogidos. Nuestra cocina volvía a convertirse en unos de los principales escenarios de nuestras vidas. Quedaban pocos…