OTRA NIÑA

OTRA NIÑA

Alcazarquivir quedo integrada al Protectorado español de Marruecos, en mil novecientos once y se convirtió en una importante base militar de los Regulares, al pertenecer a la comarca del Lucus-Gharb, era también un núcleo agrícola fundamental y estaba incluida en el trazo  ferroviario de Rabat-Fez-Tánger. A pocos kilómetros del Alcazarquivir, entre la estación del ferrocarril y del puente colgante de El Kerma, el ministerio de obras y fomento, poseía una finca que utilizaba como base central para la construcción y mantenimiento de la carreteras que discurrían por la provincia de Larache. Fue allí donde en mil novecientos diecinueve, destinaron a Juan como capataz.

Pronto  empezó a trabajar  como mozo en la construcción de la carretera que por aquel entonces el MOPU llevaba a cabo entre las ciudades de Almería y Málaga. Con esfuerzo y tesón, se fue haciendo un sitio entre aquellos duros obreros y poco a poco los ingenieros del MOPU fueron contando con él, hasta llegar a ser uno de los capataces más jóvenes de toda la provincia.

Juan se enamoró de María, hija única de un patrón de barco de Roquetas de Mar, un pueblo marinero muy cerca de Almería, de donde la pareja era oriunda. Se casaron y tuvieron cuatro hijos, un niño y cuatro niñas.  La mayor, que todos la conocían como Chacha, pero que su nombre real era María como su madre, Manolo el único niño hasta el momento, Isabel y Carmen. Todos ellos habían nacido en Roquetas de Mar. Cuando le ofrecieron el traslado a protectorado de Marruecos, pensó que las ventajas y las pesetas extras, facilitarían el bienestar de su familia. Aquella nueva tierra le había dado un techo donde vivir con las necesidades básicas y un trabajo donde todo el mundo lo respetaba.  

María, remendaba con esfuerzo los siete de un pantalón de trabajo de Juan. Había sido un día ajetreado, entre el ir y venir  de los quehaceres de la casa y la barriga de ocho meses y pico, que tampoco ayudaba, se encontraba incómoda y muy pesada, pero aprovechaba aquellos últimos minutos de la tarde, antes de ponerse a preparara la cena, Juan llegaría pronto del tajo y los niños estaban entretenidos en sus juegos.

El recinto estaba compuesto por un caserón de dos plantas y varios cobertizos con funciones concretas como la de garaje, taller o almacén, todos ellos dispuestos alrededor de una gran explanada central ocupada por alguna maquinaria pesada, aparcada bajo la sombra de un gran eucalipto. Tras el caserón principal un pequeño huerto y un establo donde se criaban cerdos, conejos y gallinas. Algo más alejado se encontraba el puente que cruza de orilla a orilla  las aguas del rio Lukus , que bañaba todas aquellas hermosa y fértiles tierras del valle del Garb.

La constelación de sagitario se dejaba entrever en el firmamento y la luna llena se escondía tras las negras nubes. Los rayos iluminaban el horizonte, todo presagiaba otra noche de tormenta. Cenaron sopa de ajo que tanto le gustaba a Juan y huevos fritos recién cogidos del gallinero. La bombilla parpadeaba, amenazando con dejar de alumbrar de un momento a otro las cuatro paredes de la cocina, por lo que María avisaba a las niñas, para qué de camino a la habitación, no se olvidaran del quinque que ella había rellenado de petróleo.

Eran las cinco de la madrugada, cuando los truenos o los quejidos de María al romper aguas, despertaron a las niñas. La fuerte tormenta había dejado la casa sin luz y sin teléfono. Todavía medio dormidas, descalzas y muertas de frio, desde el quicio de la puerta contemplaban como su madre, se quejaba cada vez que sufría una contracción. Juan se vestía con prisas al otro lado de la cama, porque estaba claro que contrariamente a las sugerencias del médico, el parto se adelantaba un par de semanas.

Llovía a cantaros y el viento azotaba los arboles de los laterales de la carretera, la vieja camioneta Hispano Suiza avanzaba con dificultad , el haz de los faros a duras penas alcanzaban a iluminar unos metros y el limpiaparabrisas no conseguía evacuar la lluvia que caía sobre el parabrisas, la distancia entre el Kerma y Alcazarquivir  no era de muchos kilómetro. Juan había recorrido tantas veces aquella carretera, que se sabía el recorrido de memoria, pero aquella noche no era la mejor para tener que ir a buscar al médico y a la comadrona, para que asistieran el parto de María.

De vuelta una hora después, con el doctor y la comadrona en la camioneta , la situación en la carretera había empeorado, a la dificultad de la lluvia se sumaban un montón de ramas caídas sobre la carretera y los enormes baches se habían convertido en enormes y traicioneros charcos de agua. Juan empezó a sospechar, lo que tantas veces había ocurrido en aquella carretera con las tormentas, el rio Lukus estaría a punto de desbordase y antes o después inundaría la carretera. No recorrió muchos más kilómetros, cuando la sospecha se hizo  realidad y tubo que frenar violentamente para no meterse en una zona totalmente anegada.

Como por arte de magia, Fátima apareció con un quinque en la mano, iluminando la habitación. Juan la había avisado antes de marchar en busca del doctor. Fátima vivía con Mohamed , en uno de los cobertizos de la finca y se habían convertido en poco tiempo, imprescindibles para el joven matrimonio llegado del otro lado del estrecho. Mohamed era la mano derecha de Juan en el tajo, para la comunicación con los obreros nativos. Otro tanto le ocurría a María con Fátima, en los menester de la casa y el cuidado de los niños

Fátima acompañó a las niñas hasta sus camas y las animó a que durmieran mucho ya que al día siguiente tendrían que cuidar de un nuevo hermanito. María  a sus veintinueve años era una mujer fuerte y valiente, sobre sus espaldas la experiencia de haber parido cuatro hijos y estaba totalmente dispuesta a que su primer parto en tierras africanas, llegara a buen puerto. Una vez más, cogió fuerzas después de la última contracción, con la ayuda de Fátima, se incorporó y se acomodó en los pies de la cama, dispuesta a que su bebe llegara a este mundo. Debido al esfuerzo titánico, enseguida noto que él bebe que llevaba en su vientre estaba dispuesto a conseguirlo.

En la habitación todo estaba prevenido, Fátima había subido un barreño de agua caliente y unas toallas de la alacena. María, bañada en sudor, agotada y con la cara desencajada por los dolores de parto, apretaba con todas sus fuerzas, hasta que Fátima tiro de los hombros y el bebe se deslizo hasta sus manos. María pario un hermoso bebé, de cuatro kilos y por el tono de su llanto, con unos pulmones sanos. Envuelto en una toalla blanca, la piel arrugada y el llanto atronador, Fátima dejo entre el regazo de María al recién nacido.

Juan bajó del vehículo y caminó unos pasos sobre la zona anegada, con el fin de valorar la posibilidad de atravesar con el vehículo, pero enseguida descartó la idea, al ver que el agua le llegaba hasta las rodillas. Al levantar la cabeza, se percató que a unos cuatrocientos metros se podía apreciar un tímido resplandor de luz. Intento fijar la vista e inmediatamente despejó sus dudas, era Mohamed, que se acercaba lentamente con una luz en la mano, de las que utilizaban en la  señalización en las obras de la carretera, en la otra mano las riendas de la mula que tenían en la finca.

Cruzaron la zona anegada, la comadrona sobre la mula y los tres hombres caminando con precaución, la corriente era fuerte y en algunos tramos el agua  sobrepasaba la altura de las rodillas. Los cuatro llegaron empapados de pie a cabeza, desde la ventana de la habitación Fátima los vió llegar y solo cruzar el umbral de la puerta, les ayudó a quitarse los impermeables y les ofreció toallas para que se pudieran secar un poco. Todos subieron rápidamente a la habitación  de matrimonio donde María descansaba  con el bebé entre sus brazos y nada más ver a Juan, María destapó al bebé y le dijo con voz baja “ otra niña, Juan “.

El día cinco de diciembre de mil novecientos veinte, nació el quinto hijo de Juan y María, fue una hermosa niña, de piel rosada, cabellos rubios y ojos castaños, la bautizaron con el nombre de Emilia Dorila Vitoria. En los diez siguientes años, María tubo tres niñas más, Anita, Luisa y Antonia. En treinta años de matrimonio que vivieron juntos, hasta la muerte de Juan, se quedó embarazada un total de catorce veces y solo le vivieron siete hijas y un varón.

Barcelona, enero 2022

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