LOS SÁBADOS JUEGO AL GOLF
En otoño o en primavera, con frío invernal o con calor estival, los sábados juego al golf. El viento o la lluvia, nunca han sido obstáculos para cumplir con la cita semanal. Diez o doce años practicando este maldito deporte y no consigo mejorar mi juego, mi hándicap sigue siendo pésimo, semana tras semanas sumo una tras otra las derrotas, siempre he sabido que este nunca seria mi deporte. No hay un solo sábado que después de una salida horrible, o un approach deficiente, no me pregunte a viva voz ¿Que hago aquí (en el campo), perdiendo tiempo y dinero ¿ Porque paso frío, pudiendo estar calentito bajo las sabanas? ¿ Porque paso calor, pudiendo estar disfrutando de la brisa del mar?. Pues curiosamente, conozco la razón.
Desde el primer día que fui a jugar al golf, supe que caminar por el cesped entre los árboles, respirar aire puro con olor a yerba recién cortada, ver el reflejo de sol sobre un estanque, oír el ruido del agua bajando por un riachuelo, nerviosas ardillas que se cruzan en tu camino, patos confiados a los que tu presencia no les inquieta, todo ello eran maravillas de la naturaleza que deslumbraban a un urbanita como yo.
Desde el primer día que fui a jugar al golf, este deporte me brindo la ocasión de enfadarme, de cabrearme, de maldecir y de gritar a pulmón abierto. De caer derrotado un montón de veces y aprender a levantarme, para poder tener alguna vez el placer de ganar. De hablar, de bromear, de reír a carcajadas, de sentir el apoyo y la complicidad de mis compañeros.
Desde el primer día que fui a jugar al golf, me sentí mejor, me sentí más vivo, me sentí más yo.
Sábado, 19 enero 2019
p.d. para Juan, que cada sábado dos cuida y nos vigila, desde donde este.