PATA PALO

PATA PALO

Atrás quedaba el bullicio de las Ramblas. Tal y como nos acercábamos a la Puerta de la Paz , era menor el ir y venir de transeúntes que se atrevían a pasear en aquella fría tarde de invierno. El manto oscuro de la noche ya se había adueñado de la ciudad. Las golondrinas permanecían desiertas, como si de paquebotes fantasmas se trataran. Sobre los escalones que bajaban hasta el nivel del mar, quedaban el rastro de aquellos que habían elegido pasar la tarde de domingo junto al Marenostrum .

Nuestro paseo dominical llegaba a su fin , una vez más volvíamos a nuestra casa. Está ocupaba un pequeña parte que se había habilitado como vivienda, en el tinglado número dos del muelle de San Beltrán. En el corazón del puerto de Barcelona. La espesa niebla plomiza que llegada desde la bocana del Morrot , se acomodaba entre los rincones de la zona portuaria. La luz tenue de las farolas apenas alcanzaban a iluminar pequeños tramos circulares de las aceras, de aquella amplia avenida que a modo de arteria principal atravesaba los muelles.

Cogidos de la mano Emilio y yo en el centro, mis padres uno a cada lado. Recorríamos aquellos largos trescientos metros que transcurrían paralelos a las vías del tren, atravesando amplias explanadas llenas de un sinfín de mercancías llegadas de todas las partes del mundo.

Desde la ladera de Montjuich, como si de un lamento de la montaña se tratara, llegaba el sonido grave de una sirena . Según nos explicaba mi padre, se trataba de una señal acústica en código Morse, que se emitía desde el faro y se extendía a cientos de millas hacía alta mar. Avisando a los buques que en las oscuras noches de niebla , navegaban a la altura de la ciudad Condal.

De repente y como salido de la nada, a una distancia aproximada de cincuenta metros. En dirección contraría a la nuestra, bajo el circulo de luz de una farola, apareció una silueta corpulenta. Se trataba de alguien que se movía con cierta dificultad, pues se tambalea de derecha a izquierda de una forma peculiar.

Tal como nos acercábamos, al sonido de nuestros propios pasos se mezclaron con las pisadas que procedía de aquella silueta . Se trataban de unas pisadas extrañas, pues emitían un sonido seco, como si alguien golpeara con una dura madera los húmedos adoquines del puerto.
Cuando nos cruzamos con aquella silueta , justo bajo el haz de luz de una de las farolas, Emilio y yo nos apretamos las manos al descubrir el porque de aquel extraño sonido.

Mi padre dio las buenas noches al extraño y esté le contesto con un confuso balbuceó. Era bastante la distancia cuando con las cabezas giradas hacia nuestras espalda vimos desaparecer entre la oscuridad la silueta tambaleante de aquel extraño.

Con la voz entrecortada, Emilio le pregunto a mi madre que ¿Quién era aquel señor? . A lo cual contesto con un evasivo “nadie”. Esta contestación añadió si era posible aun más, una sensación de miedo e intriga por aquel extraño. Que por un instante había perturbado la sensación de seguridad en nuestras vidas.

Una vez acurrucados en la cama y antes de dormirnos, a traves de la ventana de nuestro dormitorio que daban al muelle de San Beltran , oímos en diversas ocasiones aquellas pisadas, haciendo que nos estremeciéramos entre las sabanas y consiguiendo que aquella noche tuviéramos pesadillas.

La mañana transcurría entre juegos y aunque el frío se hacía sentir, lucia un Sol radiante. Hasta nuestro patio, llegaba el bullicio del puerto, ya en plena actividad. Las sirenas de los barcos que partían para otros puertos.
El silbido de la locomotora de vapor, avisando del paso lento e interminable de los mil y un vagón que arrastraba. El ir y venir de las caretillas eléctricas y hasta el gruñir de las gaviotas, eran para nuestros oídos un murmullo cotidiano.

Veloz como el rayo bajábamos con la bicicleta la rampa que accedía desde los muelles de carga hasta la explanada que presidía el centro del patio donde jugábamos. Emilio pedaleando con todas sus fuerzas de pie sobre los pedales, yo sentado sobre el sillín, mis manos sobre sus hombros y las piernas abiertas.

Era tanta la velocidad que conseguíamos, que los problemas llegaban a la hora de frenar. La mayoría de las veces no lo conseguíamos, con lo cual terminábamos impactando con las enormes balas de algodón, que esparcidas por el patio esperaban impasibles ser almacenadas por los portuarios en el interior del tinglado número dos.

Como por arte de magia volé sobre la cabeza de Emilio y los dos sobre el manillar de la bicicleta. Dimos alguna vueltas en el aire y finalmente rodamos por el suelo hasta chocar una vez más con las balas de algodón.
Algo de sangre en codos y rodillas y algún chichón en la cabeza. Nada que no fuera habitual en nuestros juegos y que no pudiéramos solucionar con un poco de saliva sobre las rascadas. Para los chichones solo bastaba frotar con las manos fuertemente sobre ellos hasta que desaparecía el dolor.

Corrimos hasta la bicicleta que se encontraba en mitad de la explanada. Sentados en el suelo junto a ella , comprobamos los daños. El manillar entregirado, la cadena rota y un par de radios doblados. Esta vez íbamos a tener que esperar que mi padre nos ayudara a reparar la bici. La avería había sido proporcional a la magnifica sensación de libertad que habíamos experimentado, mientras volábamos literalmente por los aires.

De pronto una sombra nos invadió, tapándonos la luz del sol. Rapidamente levantamos la mirada y aunque a contraluz, reconocimos de inmediato la silueta del extraño de la noche anterior. De un solo bote nos pusimos en pie, dimos un par de pasos hacia atrás, lo cual nos hizo caer otra vez de espaldas sobre la bicicleta.

El extraño se reclino hacia nosotros y a la vez que nos ofrecía su mano para ayudarnos a incorporarnos, con voz profunda pero tranquilizadora, se dirijio a nosotros indicándonos.

-tranquilos, no tengais miedo, solo os quiero ayudar.

Ya estábamos de pie cuando desde la ventana de la cocina que daba al patio, sentimos la voz de mi madre que preguntaba.

– ¿ que esta pasando?.
El extraño girando sobre si mismo, le contesto.

– tranquila señora, no pasa nada, voy a ayudar a los niños a arreglar la bicicleta.

Era un hombre no muy alto, pero corpulento. Se abrigaba del frío invernal con el clásico chaquetón blesier de color azul marino, sin abrochar. Un viejo jersey gris de cuello alto, envolvía su voluminoso y flácido abdomen. Pantalón de pana oscuro, ceñido a la cintura por un ancho cinturón de cuero. En el centro una gran hebilla plateada, donde podía verse el escudo de la legión extranjera. Sobre la cabeza lucia una ajada gorra típica de lobo de mar.

De uno de los bolsillos del chaquetón, sobresalía el cuello de una botella con tapón de corcho, impidiendo que saliera el contenido rojizo de la misma. Semioculto entre los michelines de su tripa, se podía ver ceñida tras el cinturón, la empañadura de un gancho de estibador.

Pero nuestros ojos se clavaron sobre su pierna derecha, ya que la claridad del día despejaba las dudas que nos quedaron la noche anterior. ¡¡ Aquel hombre tenía una pata de palo !!.

Justo por encima de la rodilla, atada con gruesas tiras de cuero a su muslo, lucia un trozo de recia madera. El tamaño y el grosor era proporcional a su pierna izquierda. Torneada algo mas gruesa en su extremo superior, estaba rematada por una especie de almohadilla, donde se apoyaba el muñón . La parte inferior de menor calibre, terminaba con un desgastado taco de caucho que hacia las veces de suela.

-Podéis tocarla – dijo el extraño, levantando la pata de palo un palmo del suelo.

La yema de mi índice rozo aquel trozo de madera, con un movimiento de cabeza invite a mi hermano a que imitara mi gesto. Nuestras miradas se cruzaron y la expresión de nuestras caras reflejaron una mezcla de incredulidad y sorpresa. ¡¡ Era una pata de palo de verdad!! Hasta entonces solo las habíamos visto en el cine, en la tele o en los tebeos.

No nos habíamos repuesto todavía de aquel encuentro tan sorprendente, cuando apoyado sobre la bala de algodón más cercana. Aquel extraño con una pata de palo, empezó a relatarnos que perdió la pierna en un ataque que sufrió el buque en el que estaba enrolado.

Navegaban por las aguas del océano Indico, en el cuerno de África. Cuando unos piratas Somalíes abordaron la nave. En el enfrentamiento encarnizado que mantuvo la tripulación, contra los piratas fuertemente armados, una ráfaga perdida de un viejo kalashnikov le destrozo la rodilla. Nos contó que perdió el conocimiento, durante varios días con fiebres lucho contra la muerte. Cuando por fin se recuperó, se percató que había perdido la parte inferior de la pierna derecha.

La pata era de madera de teka, la gano en una partida de cartas en el puerto de Marsella. El era el tercer propietario de aquella pata de palo, según le había contado el jugador que la perdió. Un marinero mulato que procedía de Panamá.

De una forma alborotada, empezamos a hacer un montón de preguntas
– ¿ como son los piratas de verdad?
– ¿llevan parche sobre los ojos?
– ¿matasteis algún pirata?

Entre carcajadas, el extraño dijo:

-ahora me tengo que marchar a comer, mañana os contare más detalles
Efectivamente, sin darnos cuenta la mañana había transcurrido en un abrir y cerrar de ojos. Lo citamos para el siguiente día y sobre la bicicleta corrimos dirección a mi casa. Desde lejos el extraño grito.
-me llamo Juanito.

Desde aquel momento el extraño, dejo de serlo . Día tras día al llegar al mediodia del colegio, pedíamos permiso a mi madre para ir en busca de
Juanito. Con el aprendimos los nombres de lejanos países y los mares
que bañaban sus costas. Conocimos otros mundos y otras razas .

Un día de primavera, buscamos a Juanito entre las estibas de algodón. Preguntamos por el, a los estibadores que trabajan levantando enormes pirámides de sacos de harina e maíz. Revisamos uno a uno los vacíos vagones de RENFE, que esperaban inertes en el culo de saco del Morrot. Nadie supo decirnos que había sido de Juanito.

Tan solo aquel guardia civil, que tantas veces nos regaño, cuando jugábamos cercas de las gruas. Nos dijo que posiblemente por primera
vez en su vida , Juanito habría abandonado el muelle de San Beltran.
Ultimamente empinaba el codo más de la cuenta, durmiendo “ la mona” en el interior de algún contenedor vacío.

Juanito resulto ser un estibador del puerto de Barcelona, que perdió una pierna en un accidente laboral que sufrió hacía ya varios años. Malviviendo sus últimos días en compañía de Baco y Morfeo y alejado del resto de los seres que cotidianamente se ganaban un salario en las entrañas del puerto de San Beltran.

—— FIN ——–

4 comentarios en «PATA PALO»

  1. También hay que aprender de los «Juanitos», la doble vertiente de la vida, las duras experiencias y la desembocadura de la desesperación personal.

    Gracias de nuevo Jose Mari, por el detalle con que cuentas tus recuerdos, aún Emilio no bailaba Samba,,,,,,,,

  2. Hola Jose Mari, me has transportado a mis primeros años de trabajo en Mateu & Mateu en el Muelle San Beltrán,, al bar marrandusco de los bocatas de calamares del tío Morera y del inicio de mi amistad con mi sister MARIBELITA, un beso

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