EL MILAGRO
Desde muy chico estoy acostumbrado a los milagros, en casa de mis padres los milagros eran una cuestión rutinaria. Mi madre tenía la facilidad de multiplicar los panes y los peces. O mejor dicho, las tortillas de patatas , los bistecs de ternera. Yo creo que ese Don lo heredó de su madre. Mi abuela materna, se llamaba María y sobre todo tenía el Don de multiplicar el café. Era capaz de ofrecer con una sola cafetera, café a todo aquel que llegara a mi casa a la hora de la merienda. Os juro que era increíble, para que os podáis hacer una idea, os voy a explicar uno de los milagros más cotidianos. Estábamos un día a punto de comer, sobre la mesa una tortilla española de un diámetro considerable y tres dedos de altura. Mi madre de dispuso a repartir aquella magnifica tortilla entre los ocho comensales que éramos siempre a la hora de comer, mis padres, mis dos abuelas, mis tres hermanos y yo. No había terminado todavía de repartir a todos, cuando sonó el timbre de la puerta. Eran mis tíos con sus cinco hijos, todos nos levantamos para saludarles, besos, risas y abrazos. MI madre y la abuela María, recogieron los platos y los retiraron a la cocina, cuando por fin pudimos recolocarnos todos alrededor de la mesa, mi abuela y mi madre volvieron a sacar un plato para cada uno, con su trozo de tortilla y una rebanada de pan con aceite y sal . De aquella magnifica tortilla para ocho, aquel día comimos quince personas, no me digáis que aquello no fue un milagro.
En casa de mis padres estos milagros, se los achacaban a una talla del Sagrado Corazón, de ochenta centímetros de altura y sobre todo bendecida, que mis padres tenían en su dormitorio. Realmente no es que fueran unos beatos, pero las circunstancias del momento hicieron que aquella talla fuera a parar a mi casa, porque había pertenecido a la Iglesia de Alcazarquivir (Marruecos) y con el inminente abandono del pueblo por parte de los españoles, el cura de la parroquia animaba a los feligreses a acoger en sus domicilios las estatuas de la parroquia.
En el verano de 1976, cuando ya éramos jóvenes adultos, tuvo lugar uno de los últimos milagros achacados a la talla del Sagrado corazón. En realidad en el seno familiar y según cuentan los implicados, nunca quedo muy claro si lo que ocurrió realmente aquel verano, fue un milagro, un caso poltergeist, o un simple olvido. Aquel verano, como ya venía siendo costumbre, mis padres se desplazaron hasta la ciudad de Almería, para asistir a la jura de bandera de Emilio. Asistieron en Palma de Mallorca a la jura de mi hermano mayor, a la ciudad de Aaiun para asistir a mi jura y por supuesto, no podían faltar a la jura de bandera de mi hermano menor.
Terminados los actos castrenses, Emilio en contra de lo planeado por mis padres y debido a los cantos de sirenas que le llegaban desde la ciudad condal, decidió pasar los quinces días de permiso militar en Barcelona junto a la novia de turno. Mis progenitores decidieron quedarse en Almería a pasar el resto de las vacaciones y disfrutar de la compañía de familiares y amigos residentes en esa ciudad. Además tenían muy claro aquello que reza el dicho popular “ tiran más dos tetas , que dos carretas”, por lo que resignados vieron marchar a Emilio hacía el encuentro con las sirenas.
Terminaron las vacaciones, Emilio volvió a Almería para incorporarse a su nuevo destino en la ciudad de Melilla y mis padres a sus hábitos rutinarios en Barcelona. Aquella misma tarde, cuando llegaron a su domicilio, después de cuarenta y ocho horas de viaje que tardaron para recorrer en su flamante vehículo Seat 850 (sin aire acondicionado) los casi mil kilómetros que separan las ciudades de Almería/Barcelona, fue cuando se armó la marimorena. Pepe no tuvo apenas ni tiempo de dejar las maletas en el comedor, cuando espantado escuchó los gritos de mi madre. Casi sin aliento recorrió el pasillo hasta llegar a la puerta de la habitación de matrimonio, allí encontró a Emilia totalmente asustada, persignándose repetidas veces y con la cara totalmente desencajada. Cuantas más veces preguntaba mi padre que ocurría, más veces contestaba ¡¡ mira, mira, mira!! señalando hacía el interior de la habitación.
Pasado los primeros segundos de espanto inicial, Emilia consiguió por fin articular toda la frase ¡! mira, el Sagrado Corazón ¡!. En ese instante Pepe se percató, que la imagen estaba tapada con un trapo. Mi padre se acercó hasta la talla y la destapo, Emilia volvió a emitir tal grito que a Pepe casi se le sale el corazón por la boca. La talla de ochenta centímetros que presidía el dormitorio de ellos, no solo estaba tapada con un trapo, sino que contrariamente a lo habitual, estaba de cara a la pared. Mi padre la giro hasta su posición habitual e intento convencerla de que seguro que fue ella misma quien tapo la talla a la hora de la partida, para que no cogiera polvo durante el periodo vacacional y lo del giro de noventa grados seguro que también fue causado por las prisas y los nervios del viaje. Durante todo el siguiente otoño, y cada vez que salía la conversación en las reuniones familiares o con los amigos que visitaban la casa , Emilia juraba una y mil veces que ella no había tapado la talla y que aquello podía ser perfectamente una señal divina o incluso otro milagro del Sagrado Corazón. .
Esta noche, cenando en la terraza de mi casa y en un momento de nostalgia, mi hermano y yo recordábamos anécdotas de nuestra infancia y de nuestra juventud. En cierto momento de la conversación Emilio nos ha dicho que estaba buscando un lugar donde poder restaurar la talla del Sagrado Corazón, …… si señores, la susodicha sigue en el cuarto de los trastos de la casa de mis padres, hoy domicilio de mi hermano. Tapada con un trapo y de cara a la pared. porque a mi cuñada le da miedo.
Y si, como ya se habrán dado cuenta , los milagros y las señales divinas supongo que son cuestiones de fé, pero las casualidades no existen. Hoy, después de más de cuarenta años , he sabido que aquel verano de 1976 mi hermano Emilio intento subir al cielo sin tener que morir, con su novia de turno, en el cuarto de mis padres. A ella le imponía aquella talla del Sagrado Corazón y mi hermano ni corto, ni perezoso, puso la talla de cara a la pared y la tapo con un trapo, para que la dulce sirena no se sintiera cuestionada por aquel santo que la miraba fijamente a los ojos. La pasión, los nervios y las prisas, hicieron el resto. Mi madre siempre se quedó con la duda sobre cual sería la señal divina que aquella talla del Sagrado Corazón, de ochenta centímetros, quería comunicarle.
Barcelona, julio 2017
José María Fdez. Gallardo