EL PATIO DE MI CASA
Teníamos un patio que era enorme y donde nos sentíamos protegidos y a salvo de cualquier persona o cosa que pudiera venir del exterior ya que tenía unas altas rejas de hierro y en el centro dos grandes pilares de piedra en forma de columnas que soportaban una enorme puerta también de hierro, por donde se entraba a nuestro íntimo mundo infantil.
Vivíamos en un espacio habilitado como vivienda , de un gran almacén del recinto portuario de Barcelona donde transitaban mercancías exóticas , como grandes troncos de árboles tropicales cuyo diámetro doblaba nuestra altura; fardos de tablones de maderas nobles y balas de algodón blanco que llegaban en grandes barcos con sus humeantes chimeneas y sus tripulantes de diversas razas que después reconocías en los libros de texto.
Hoy es un edificio que pertenece a correos y donde llegan cartas de todo el mundo, por lo cual supongo que todavía debe mantener aquel aire especial que respiramos de niños, lleno de lejanos aromas tropicales, que llegaban para ser partícipes de nuestros juegos .
Cuando llegaban los largos y cálidos días del verano y con él , las deseadas vacaciones escolares, vivíamos en el patio nuestros mejores momentos de la niñez, ya que teníamos la oportunidad de jugar de sol a sol a todo aquello que nuestra incansable imaginación era capaz de maquinar.
Por arte de magia nos convertíamos en valientes guerreros Apaches, o en el orgullosos séptimo de caballería. Nos encantaba creernos rudos piratas de los mares de las Antillas, o en gloriosos gladiadores de la imperial Roma. Todo dependía de la sección doble (apto para todos los públicos) que hubiéramos visto en el cine Arnau aquella tarde de domingo estival junto a mi abuela María.
El patio se convertía, gracias a las mercancías que en aquel momento se encontraban en el almacén, en grandiosos decorados que recreaban un idílico campamento apache, un temeroso barco bucanero al servicio de su graciosa Majestad, o el grandioso Coliseum Romano, donde los principales actores éramos nosotros: Juanito y Lourdes, Antoñito y Mariluz, mis primos Maricarmen , Toni y Juan Antonio, los cuales vivieron con nosotros cortas temporadas y por supuesto Emilio y yo .
También disponíamos de otra área de juego, se trataba de una zona “PROHIBIDA” por mis padres y restringida por los guardamuelles. Como todo lo prohibido, esta zona emitía un atracción adicional y nos arrastraba con tal fuerza que a la menor oportunidad nos adentrábamos con frenética pasión . Se trataba del activo puerto comercial de San Beltran, que por aquel entonces era uno de los más activos y comerciales. Allí reinaban nuestros super héroes, los portuarios. Normalmente eran hombres de constitución fuerte, con sus fajas negras y en la mano un gancho al estilo del Capitán Garfio. Con la ayuda de cintas continuas, saco a saco, levantaban enormes pirámides de estilo azteca. O manejaban grandes grúas que , con sus cucharas, arrancaban de las bodegas de los barcos azufre de un color amarillo intenso o carbón negro como el tizón; colores que impregnaban nuestra caras, nuestras ropas, delatándonos posteriormente al llegar a casa.
Otra de las grandes atracciones prohibidas era subir al tren , a veinte metros del patio teníamos una pequeña estación de RENFE donde cientos de vagones llenos y vacíos esperaban en vías muertas, a que las máquinas de carbón , echando grandes nubes de vapor que nos envolvían a su paso, realizaban las maniobras con movimientos lentos , los cuales aprovechamos para subir al estribo hasta que el empleado de turno nos amenazaba con avisar a mi madre, lo cual ponía fin a la aventura.
¡ Cuántas travesuras era capaz de realizar ! Siempre me dijeron que era como la piel del Diablo. Mi hermano Emilio fue quien las sufrió más directamente , ya que éramos inseparables, con el handicap de que es tres años menor. Recuerdo el día que jugando a Sajones y Lombardos, desde una enorme caja que realizaba la labor de castillo, le tire un ladrillo que impactó directamente sobre su cabeza, partiéndose en dos trozos. Su cabeza afortunadamente sólo sufrió un pequeño moratón de momento. Hoy todavía me hace responsable de su calvicie , por culpa de aquella batalla.
Decían que yo era de goma, ya que cayera de donde fuera siempre rebotaba , aunque alguna vez fuera maltrecho. Domingo por la tarde , la hora de merendar y la casa como ya era norma habitual, llena de visitas. Yo corría con la bicicleta, camiseta y pantalón corto blanco reluciente; en una mano un buen trozo de pan en la otra dos pastillas de chocolate y el gato que se atraviesa en mi camino. Emilio apareció en el comedor dando la noticia “Jose mari, se ha caído” Acto seguido aparecía yo , sangrando por la cabeza, hombro, manos y rodillas, en la cara un gesto solicitando el perdón, una vez más acabamos en el ambulatorio de Pere Camps.
Creo que uno de los últimos sustos que di, fue el día que recogí del suelo una cuerda de la que en uno de los extremos permanecía atado un pequeño bote de plástico, que rápidamente volaba por encima de mi cabeza, como si fuera David contra Goliat; sólo que esta vez Goliat estaba dentro del pequeño bote en forma de ácido nítrico que al caer sobre mi brazo y pierna quemaba de una forma terrible. Corrí hasta mi casa y una vez más sin intercambiar palabras, mi madre me sumergió rápidamente en la pila de la colada , donde el agua fría con olor a jabón Lagarto me calmo el escozor. Durante varios años tuve aquellas manchas rojizas en hombros y piernas que me recordaban lo travieso que era.
Hoy asistiría a mas de una consulta medica. Y después de pasar por diferentes pruebas le comunicarían a mis padres que era un niño hiperactivo. En aquel tiempo , mi padre abría el bote del jarabe de palo y aplicaba sobre mi trasero una buena dosis, que calmaba mi hiperactividad durante unos días y hasta la próxima travesura. Jamás me sentí un niño, física o psicológicamente maltratado, sobre la balanza pesa bastante más las veces que se abrió el bote donde mi padre guardaba: la comprensión, el mimo, el cariño y amor con los que educó a sus cuatro hijos.
Fuimos unos niños privilegiados y tal como he leído en un e-mail que me han pasado hoy, no tuvimos Playstations, ni Mintendo , tampoco videos juegos, ni veinte canales de televisión. Pero teníamos un entorno apasionante donde aprendimos a ser libres y responsables de nuestros actos. …… el patio de mi casa, si que era particular
MI PATIO
Yo jugaba en un patio de arena ,
en el corazón de un puerto de mar.
Lindaba con la tierra negra,
con la huertas de San Beltrán.
Yo jugaba con espadas de madera,
conquistaba castillos de balas de algodón.
Desafiaba enormes dragones de hierro,
que me envolvían entre nubes de vapor.
Yo jugaba con mi imaginación,
lloraba a moco tendido, reía sin razón,
gritaba de alegría a pleno pulmón.
Yo jugaba en el país de Nunca Jamás,
olía a salitre, a yerbabuena, a libertad.
Yo jugaba con Emilio y a veces con Peter Pan.
Barcelona, bendita infancia.