JOHN HOPE
Aquella tarde, como tantas tardes de verano. Mi hermano y yo jugábamos en nuestro patio, ese patio del que disfrutábamos en exclusividad, en el corazón del puerto de Barcelona.
De repente abandonamos el juego y nuestros cincos sentidos se centraron sobre un majestuoso carguero, que como por arte de magia apareció en la bocana del puerto. Arrastrado por dos remolcadores y bajo el mando del práctico, iba adentrándose en la dársena de San Beltrán.
Por la chimenea salía un espeso humo negro que debido a la calima veraniega, apenas conseguía altura y terminaba mezclándose con la estela de espuma blanca que aquel buque dejaba tras de si. La luz anaranjada del atardecer lo invadía todo y se reflejaba sobre el casco blanco de la nave, convirtiéndola en una superficie brillante de color dorado. El cielo celeste tomaba entonaciones rosadas y el intenso azul del agua se cubría de reflejos violetas. Conformando todo una estampa cromática a la que nuestras infantiles pupilas, estaban acostumbrándose de una forma cotidiana.
Una vez más, agazapados de la vigilante mirada de la abuela María, escapamos del patio, subidos los dos sobre la vieja bicicleta nos acercamos al muelle. Al llegar al límite que conocíamos de sobra que no debíamos traspasar, para que los empleados portuarios nos dejaran ver las maniobras del atraque sin llamarnos la atención. Dejamos la bicicleta en el suelo, y nos acomodamos a modo de ágora sobre una pila de grandes troncos que dejaban escapar dulces aromas tropicales.
Allí estaba, apenas nos separaban treinta metros y por lo tanto éramos conscientes de la grandeza de aquel buque atracado en nuestro puerto. Los amarradores ya habían ceñido las maromas mojadas alrededor de los norays, Estas crujían al ser tensadas para que lentamente la nave se acomodara al muelle. En el asta de popa ondeaba la bandera de Holanda, sabíamos bien que aquella bandera indicaba la nacionalidad del buque. Que el nombre del navío, igual que la ciudad donde había sido construido lo podíamos descubrir en la popa. Habían sido muchas las veces que mi padre nos había explicado toda aquella doctrina.
Sobre el castillo de popa, el contramaestre con la ayuda de un megáfono daba las oportunas ordenes al resto de la tripulación , haciendo que durante la operación de atraque, la actividad sobre toda la cubierta fuera frenética. Poco a poco la chimenea fue dejando de expulsar humo negro, las amarras de proa y popa fijadas y sobre el muelle reposaba una escalinata que unía al barco con el muelle a modo de cordón umbilical. Con los últimos rayos de sol , los empleados del puerto marcharon y por las escalinatas bajaron algunos marineros de rasgos orientales.
El fuerte olor a gas-oil quemado, mezclado con el resto humo expulsado por la chimenea, enrrarecía el ambiente. Pero eso no impidió que antes de volver a nuestro patio, nos acercaramos hasta el mismo borde del muelle. Estábamos tan cerca que podíamos oír el sonido de las maquinas que ya trabajaban a modo de ralentí, el agua removida del mar por las hélices era de un color gris turbio.
Recorrimos caminando por el muelle los ciento cincuenta metros de eslora de aquel carguero, contando uno a uno los ojos de buey , las troneras y los mástiles, hasta llegar a proa donde destacaba una enorme ancla. Sobre la chapa blanca y con grandes letras en negro se podía leer “ JOHN HOPE “. Así era como se llamaba nuestro carguero, porque toda nave que atracaba en nuestro muelle, por simple deducción pasaba a ser de nuestra propiedad.
El “ John Hope” paso dos días amarrado en el muelle de San Beltrán, del interior se sus bodegas, con la ayuda de grandes grúas, los portuarios descargaron seiscientas toneladas de sacos de trigo, procedentes de las lejanas y solidarias tierras Argentinas. Durante esos dos días, fueron varias las visitas que hicimos a nuestro barco, unas veces solos y otras acompañados por nuestro padre. En la mañana del tercer día y antes de que el sol alcanzara su plenitud cenital, el “ John Hope” aflojo las amarras y volvió a cruzar esta vez en sentido contrario, la dársena de San Beltrán. Dejando tras de si una estela de espuma blanca y una columna de humo negro. Poco a poco fue desapareciendo por la bocana de poniente, a nuestros oídos llegaron a modo de despedidas sus tres toques de sirena. Fue la última vez que vimos la majestuosa envergadura del “ John Hope”, que volvía a ser una nave libre con un rumbo fijado, Dios sabe a que puerto lejano.
Han trascurrido más de cincuenta años, y hoy he vuelto a ver la majestuosa silueta de aquel barco que visito mi puerto de mar, cuando yo tenía ocho años. Colgadas en Internet lucían unas magníficas y bellas fotos del “ John Hope” . Las imágenes reflejaban un “ John Hope “ totalmente erguido sobre su lecho de muerte. Cubierto de oxido y lleno de cicatrices sufridas por el paso del tiempo. Sobre su costado, a la altura de su línea de flotación, una herida mortal.
A pie de foto, se podía leer que las imágenes pertenecían a un viejo carguero encallado en “PUNTA NEGRI” , frente a la playa de Cazaza (Marruecos ). Un lugar no muy lejano, de la tierra donde yo nací.
Barcelona, 19 enero 2015
NOTA: Este relato lo he escrito inspirado por unas fotos bellisimas colgadas en Facebook por Carlos Baeza ( un gran artista plástico de Melilla) y los recuerdos infantiles de aquel niño que fui, de aquel niño que a la edad de ocho años jugaba en un patio de arena, en el corazón de un puerto mar.
4 comentarios en «JOHN HOPE»
Me ha gustado mucho y está muy bien narrado.
Me alegro que te guste. Es cierto que de pequeño veíamos entrar los barcos
tal como lo explico , pero este barco en concreto no se si toco alguna vez
el puerto de Barcelona. Pero aproveche las fotos, para crear una historia mitad
real, mitad ficción.
Hola buenas. Es una historia muy bonita, lo admito. Aunque lo que me gustaría saber, es la historia real de ese barco, del barco de las imágenes. Ya que ese barco está en mi pueblo nativo, de pequeño solo conseguía leer el nombre del barco »John Hope» pero desde la primera vez que lo vi, tuve la curiosidad de saber algo más. Por desgracia, todavía no he encontrado nada. Me serviría de gran ayuda un relato sobre la historia del barco, nose si usted conoce alguna web donde me pueda informar sobre este barco. Muchas gracias y enhorabuena por la gran historia.
Lamento comunicarle, que tal y como indico al final del relato, es una historia inventada e inspirada de unas fotos que Carlos Baeza, un artista plastico de Melilla colgo el Facebook. De este barco solo sé que que se llama John Hope y se trata de un viejo carguero encallado en “PUNTA NEGRI” , frente a la playa de Cazaza (Marruecos ). Un Saludo