LA ESCALERA
Parte de mi infancia, toda la adolescencia y el inicio de mi juventud, la viví en un lugar muy especial. La casa de mis padres, mi casa, era un lugar muy peculiar. Realmente no era una casa, ni tan siquiera era un piso. La casa de mis padres, era un espacio habilitado como vivienda, en un almacén del puerto de Barcelona, concretamente en el puerto de Sant Beltrán.
Acedias directamente del corazón del muelle a un patio enorme, resguardado por una robusta reja de hierro forjado. En medio de la reja y sostenida por dos pilares majestuosos de piedra, una puerta de dos hojas también de hierro. A la derecha del patio y subiendo un par de escalones, estaba la puerta de mi casa. Era una puerta pequeña de color verde pálido. A cada lado, unos pequeños arriates, donde lucían hermosos geranios rojos y brillantes margaritas blancas. Hierbabuena, romero y hasta un níspero que en su día plantamos mi hermano pequeño y yo .
Una vez en el interior te encontrabas directamente con el comedor. En el centro una enorme mesa rodeada de sillas con altos respaldos (el asiento tapizado de terciopelo adamascado de color granate ). A un lado el bufete con una gran vitrina adornada por un enorme espejo, al otro lado dos sillones orejeros con una mesita de centro. Aquel rincón con el tiempo se convirtió en un lugar importante, una tarde rodeado de gran expectación, mi padre trajo una gran caja de la que poco a poco surgió un televisor marca VANGUAR de formas redondeadas y por supuesto en blanco y negro. Desde el mismo comedor acedias a tres habitaciones y a un pasillo que te conducía al resto de la vivienda, cocina, baño, despensa, cuarto de la calefacción y el lavadero. La casa sorprendía a los visitantes por tres cualidades que se mantenían en todos los habitáculos: la primera su amplitud , la segunda sus majestuosos ventanales y la tercera sus altísimos techos.
La amplitud, la primera cualidad de la casa, siempre hacia que unos de los primeros comentarios que realizaban las visitas al ver por primera vez la casa casi siempre era : “aquí pueden correr caballos” . En realidad no estaban muy lejos de lo cierto, porque caballos no, pero mi hermano y yo por aquel entonces para desplazarnos de un lugar a otro siempre lo hacíamos corriendo.
La segunda cualidad, los majestuosos ventanales, en los días claros de primavera dejaban entra la luz a caudales. Desde ellos podías ver el ir y venir de las carretillas eléctricas transportando, sacos de coco, harina, azúcar , toda clase de cereales y demás tesoros que eran descargados de los grandes cargueros que enarbolaban banderas de países lejanos. Durante los largos y grises inviernos por esos mismos ventanales, se colaban la humedad y el frío con un descaro insoportable. Los días que lluvia torrencial, era el agua quien se colaba sigilosamente por las ventanas. Llegando el agua a todos los rincones de mi casa. Desde muy pequeñito y bajo la tutela de mi madre, mocho en mano, cada uno recogía el agua de su habitación.
Los altísimos techos, siempre fueron los causantes de las más peculiares anécdotas recogidas en la memoria histórica de mi casa . Cuantas veces escuche a mi padre explicar a propios y extraños, cuando por primera vez compro la cadena para la lámpara que colgaba del techo del comedor, el dependiente de la lampistería creía que mi padre le tomaba el pelo al solicitar siete metros de cadena. Igual pasaba a la hora de poner visillos o cortinas en los grandes ventanales, era tanta la ropa que se usaba, que mi madre la compraba por kilos. Cuando tocaba pintar, participábamos toda la familia ya que era un arduo trabajo. Teníamos una enorme escalera de dos hojas, que te ofrecía la oportunidad de pintar a varios niveles. Mi padre asignaba los niveles según la edad, contra más mayor, más era la altura a la que pintabas. Todos aprendimos a pintar y con el tiempo yo también conseguí encaramarme al peldaño más alto. Aquella vieja escalera de madera, vio pasar por sus desgastados peldaños a todos los miembros de la familia. En ella asumimos nuestras cuotas de responsabilidad en el seno familiar, porque lo importante era que todos pintábamos unidos, independientemente del nivel al que lo hacíamos.
Barcelona, 10 diciembre 2014