LA NOCHE DE LOS TAMBORES

LA NOCHE DE LOS TAMBORES

 

Los tambores sonaron toda la noche y solo las primeras luces del alba, consiguieron aplacar aquel mensaje amenazador que llegaba desde las cercanas cábilas.  Aquella misma tarde, Juan Gallardo descendió de la cabina de la vieja camioneta Hispano Suiza y mientras los hombres bajaban con ánimo cansino de la parte trasera, él daba órdenes a  Mohamed para que aparcara la camioneta en la parte trasera de la casa,  cerca de la puerta del corral. Una vez que los obreros, guardaron las herramientas en los correspondiente cobertizos, fueron abandonando la explanada con dirección a sus jaimas , ya que en su totalidad eran nativos moradores  de las pequeñas cábilas que se asentaban en todo el territorio del  Lukus .

A pocos kilómetros del Alcazarquivir, muy cerca del puente colgante de El Kermán, el  ministerio de obra y fomento,  poseía  una finca que utilizaba como base central para la construcción y mantenimiento de la carreteras que discurrían  por la provincia de  Larache. Allí era donde vivían Juan con su esposa María y su prole. Un varón y siete hijas, Manolo el heredero , Maria e Isabel habían nacido en la península. Carmen, Anita Emilia, Luisa y  Antoñita nacieron ya en el protectorado de Marruecos, donde  Juan fue destinado en 1927 por el ministerio de fomento como capataz de obras públicas . El recinto estaba compuesto por un caserón de dos plantas y varios cobertizos con funciones concretas como la de garaje, taller o almacén, todos ellos dispuestos alrededor de una gran explanada central ocupada por alguna maquinaria pesada, aparcada bajo la sombra de un gran eucalipto. Tras el caserón principal un pequeño huerto y un establo donde se criaban cerdos, conejos y gallinas. Algo más alejado se encontraba el puente que cruza de orilla a orilla  las aguas del rio Lukus , que bañaba todas aquellas hermosa y fértiles tierras del valle de Garb. .

Juan entró en la casa y pidió a María que reuniera a sus cinco hijas en la cocina. Su primogénito y su hija mayor,  por aquel entonces  ya habían formado sus familias y vivían en el pueblo cercano de Alcazarquivir. Una vez que María consiguió que todas sus hijas estuvieran sentadas alrededor de la gran mesa que ocupaba el centro de la cocina, les hizo saber la noticia que el comisario de policía  le había comunicado  al medio día a pie de tajo. Aquella noticia, no era otra que la confirmación de la creciente agitación en las provincias del protectorado, desde que un manifiesto donde se reclamaba la independencia de Marruecos había visto la luz.

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Aquella situación era con toda seguridad la razón y el motivo por lo que sus obreros nativos, habían estado los últimos días más ásperos y los cortes de luz y de teléfono más habituales que de lo normal.  Juan animo a María y a sus hijas para que estuvieran atentas a cualquier circunstancia   anormal en la rutina de la finca. Igualmente les informo que durante los siguientes días Emilia, Luisa y Antoñita, no asistirían al instituto hasta que los ánimos se calmaran. Después de asearse en el lavadero en la parte trasera de la casa, Juan fumaba y conversaba en voz baja con Mohamed. Era una noche típica de verano, de esas que el calor va dejando poco a poco el paso de la brisa. Un intenso aroma de eucalipto envolvía todo el ambiente de la finca. El firmamento estaba sembrado de estrellas y la luna llena, invadía los campos de una luz azul, que permitía ver con claridad las cercanías de la finca, lo que Juan agradecía especialmente aquella noche.

La fina serpentina de humo del cigarro ascendía con lentitud hacía el firmamento, aquel firmamento que siempre le evocaba al de su pueblo natal. Juan nació en Roquetas de Mar, un pequeño pueblo pesquero bañado por las aguas del Mediterráneo, en la provincia de  Almería. Desde muy niño y contrariamente a la mayoría de sus convecinos, supo que el mar no iba hacer el medio de donde sacar un jornal. Dejó el colegio apenas sabiendo leer , escribir  y las cuatro reglas básicas para  sumar y restar. Pronto  empezó a trabajar  como mozo en la construcción de la carretera que por aquel entonces el MOPU llevaba a cabo entre las ciudades de Almería y Málaga. Con esfuerzo y tesón, se fue haciendo un sitio entre aquellos duros obreros y poco a poco los ingenieros del MOPU fueron contando con él, hasta llegar a ser uno de los capataces más jóvenes de toda la provincia. Juan se enamoró de María, hija única de un patrón de barco de Roquetas de Mar.  Se casaron y tuvieron tres hijos. Cuando le ofrecieron el traslado a protectorado de Marruecos, pensó que las ventajas y las pesetas extras, facilitarían el bienestar de su familia. Aquella nueva tierra le había dado un trabajo donde todo el mundo lo respetaba, un techo donde vivir con las necesidades básicas cubiertas y cinco hijas más, Mirando las estrellas sabía que nunca volvería a la península y que sus restos reposarían bajo aquella luna mora.

Los cuchicheos de María con sus hijas no cesaron mientras duraron el ir y venir  de los preparativos  de la cena. Como todas las noches, alrededor de las nueve, Juan presidia la mesa donde cenaba con su mujer y sus hijas. Como era hombre de pocas palabras. María aprovechaba ese momento para ponerle al corriente de los pormenores  cotidianos de la casa.  Las niñas seguían cuchicheando en voz baja y los dos perros que vivían en la casa se esmeraban por coger algún resto de comida que caía al suelo  No habían acabado todavía con el plato de sopa que todos comían, cuando los primeros compases repetitivos de unos tambores no muy lejanos,  interrumpieron el ruido de cubiertos, la conversación del matrimonio, los cuchicheos de las niñas y hasta el canto de los grillos. Los perros en pie, gruñeron, erizaron el lomo y estiraron las orejas . Pasado unos segundos, Juan le pidió a su esposa que siguiera con la conversación   y solo la voz de María fue quien le hechó un pulso al silencio sepulcral del resto de los comensales y al cada vez más intenso sonido de los tambores.

Pict0010Una vez terminada la cena y bajo la luz de las velas, aquella era una más de las muchas noches que el servicio de luz eléctrica se había interrumpido. María sentada en su hamaca intentaba dar un ejemplo de normalidad con el ganchillo entre las manos, Carmen y Aníta fregaban los platos. Emília leía en voz alta aquel libro de la novelista americana Louisa May , que tanto les encantaba a todas. Luisa y Antoñíta con la cabeza sobre los brazos y apoyadas en la mesa, empezaban a sentir las primeras llamadas de Orfeo y apenas eran capaces de seguir la lectura de Emília

En el desván trasero Juan y Mohamed, descolgaban las escopetas de cazas y recargaban el cinturón de la munición. Isabel los miraba atentamente, no era la primera vez que veía esa escena y sabía perfectamente que aquel era el momento que tantas veces le había comentado su padre. En ocasiones Isabel era requerida por su progenitor con cierto secretismo y acompañados siempre por Mohamed, se alejaban de la casa en dirección a la orilla del rio, hasta llegar a un recodo del camino donde había un viejo árbol caído en una noche de tormenta. Su padre le entregaba un viejo revolver, le explicaba el manejo del arma y luego hacían práctica de tiro. Mohamed ponía sobre el viejo árbol caído, algunas latas y mientras iba dando instrucciones a Isabel para que no errara el tiro, daba gritos de ánimos a Isabel tanto si el tiro era certero como sin. En el camino de vuelta siempre felicitaba a Isabel por su buena puntería aunque no todas las veces conseguía tocar las latas. El revolver siempre volvía envuelto entre trapos a la estantería más alta del desván, en aquella ocasión Isabel guardo el revolver entre su delantal en uno de los cajones de la vieja  alacena de la cocina.

Mohamed era un obrero de las primeras cuadrillas que Juan había tenido al llegar a Marruecos, con el tiempo se fue convirtiendo en la mano derecha del nuevo capataz y entre los dos hombres se creó un fuerte lazo a base de mutuo respeto y confianza. Tanto en el tajo como cuando salían juntos a cazar, Juan contaba con el criterio de Mohamed. Era el único obrero que dormía en uno de los cobertizos de la finca y las niñas aprendían de él las costumbres y el idioma autóctono de la zona. Mohamed se sabía parte de aquella familia llegada a su tierra desde el otro lado del mar.

Aquella noche de verano, ningún habitante durmió en su cama, María paso la noche sentada en su hamaca dando cabezadas, sus hijas acomodadas en el lecho de la habitación más cercana a la cocina, según el sueño las fue venciendo. Juan sentado en la cocina, consumiendo café y tabaco, los perros entre los pies. Mohamed sentado en su estera, la cafetera llena de té y las escopetas cerca de ellos apoyadas contra la pared . Todos muy pendientes del ritmo de los tambores, que se fue ahogando entre las primeras luces  del amanecer. Un sol brillante fue desperezando a los moradores de la casa, la explana poco a poco se fue llenando de obreros envueltos en sus chilabas, Juan y Mohamed devolvieron las escopetas y el revolver al desván y con la camioneta repleta de obreros  se marcharon al tajo. Durante todo el día, por  la finca de kermán  pasaron las visitas habituales que María como de costumbre fue gestionando. No falto el joven teniente de infantería, el atractivo carabinero con el bigote a lo Errol Flynn y el simpático chofer de la Valencia. Todos ellos preocupados por como se había vivido en la finca, aquella noche.

5a7a2a1f16aaad8000bbf86453a385deAl final de la jornada y mientras cenaban María volvió a sacar aquel tema tan delicado y que tantas veces le había propuesto a Juan, con la diferencia que esa noche acepto. María alquiló una casa en el pueblo cercano de Alcazarquivir, la casa cumplía con las dos únicas condiciones que Juan impuso. Era una casa amplia y estaba en la entrada del pueblo, donde empezaba la carretera a Larache, María era consciente que la finca del Kermán, en mitad del campo. No era el lugar idóneo para casar a cinco hijas. Pronto las hijas de María, se acomodaron a vida social de Alcazarquivir, a los paseos por el bulevar, la doble sección en el cine Español y los bailes en el casino militar. A Juan fue al que más le costó abandonar las caminatas hasta la orilla del río, los días de caza con Mohamed y el silencio de las noches, solo roto por el canto de los grillos. María, dio gracias a Dios, cada vez que una de sus hijas subía al altar, Vio nacer a sus nietos, lloró la muerte de Juan y murió en Barcelona a la edad de noventa y dos años. Dejando en mi corazón un recuerdo imborrable y en algún recodo de mi memoria, historietas como las que hoy os cuento.

Barcelona, Abril 2016.

 

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