CUENTO DE NAVIDAD 2016

CUENTO DE NAVIDAD 2016

Cuando yo era un niño de cinco o seis años, El Corte Ingles no era el primer lugar donde llegaba la navidad.  Cuando yo era un chiquillo, el primer lugar donde llegaba la Navidad era la cocina de mi casa. El día trece de Diciembre, es Santa Lucía, la patrona de las modistas. Ese día mi madre, como buena modista que era, para celebrar el día de su patrona no trabajaba en el cuarto de la costura y aprovechaba para entrar por la tarde a la cocina.

Jamás se me borrara la imagen de mis padres, ataviados con delantales blancos, amasando la mezcla de harina , huevos y aceite, para cocinar los borrachuelos de miel y las rosquillas de anís. Mi padre de pinche, mi madre de chef. Entre los dos conseguían que aquella masa, no solo se impregnara con el aroma del limón rallado y la canela en rama. Aquellos dulces no solo quedaban recubiertos de miel y bolas de anís. Aquellas delicias que toda la familia consumía en desayunos, sobremesas y meriendas durante todas las fiestas, en esencia quedaban impregnadas del espíritu navideño, del amor, de la ilusión y de la magia, con la que mis padres las amasaban, cocinaban y apilaban  en enormes lebrillos de barro, cubiertos por trapos blancos de algodón. Aquellas golosinas eran realmente, uno de los pocos lujos que disfrutábamos en las navidades de mi infancia.

Mi padre instalaba un enorme Belén, en la radio sonaban villancicos y el veintidós se escuchaba a los niños de San Ildefonso cantar los números de la lotería, hasta que salía el gordo. Los días pasaban entre el continuo ir y venir de tíos, primos y amigos cercanos. La inesperada visita de algún familiar lejano, la invitación ocasional de algún transeúnte extraviado, o la acogida del mendigo de turno. Por todas esas circunstancias que se repetían año tras año, las cenas de Nochebuena en mi casa siempre fueron multitudinarias.

Sopa de gallina, pollo asado y de postre:  borrachuelos, polvorones y turrones. Las risas de los adultos remojadas entre licores, los gritos alegres de los niños cantando villancicos al ritmo de zambombas y panderetas, hacían que el resopón fuera eterno y solo el sueño de los niños, el cansancio de los mayores y las primeras luces del alba, conseguían que cada cual volviera a su domicilio. Por descontado que en mi casa dormían todos aquellos que se encontraran lejos de su hogar.

reyes-magos-de-orienteUna vez pasado Nochevieja, empezaban los nervios. En el cuarto de costuras, alrededor de la mesa camilla, al calor del brasero, escribíamos una y mil veces la carta a sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Animados por mis padres, las cartas debían ser escritas cada vez con mejor letra. Por nuestra parte, cada vez con más regalos incluidos. Si queríamos que nuestras cartas llegaran a sus Majestades, teníamos que cumplir dos requisitos indispensables. El primero era entregarlas a los carteros reales que ya estaban en los grandes almacenes como Sepu o El Aguila. El segundo requisito era sobre todo portarnos muy bien, porque de lo contrario los Reyes Magos te dejaban carbón.

Con la emoción contenida, el corazón en un puño y la ilusión desbordada, después de la cabalgata corríamos hasta casa para cenar e irnos a la cama lo antes posible. Que difícil era conciliar el sueño esa noche, por eso Morfeo siempre me encontraba con la cabeza tapada, los nervios a flor de piel y los dedos cruzados para que no me dejaran carbón. Poco a  poco y con el paso del tiempo los Reyes Magos me fueron trayendo  todo aquello que pedíamos en nuestras interminables cartas. Espadas de maderas y pistolas , el fortín del séptimo de caballería, indios y cowboys, un Mecano, el Juego reunidos Geyper, balones de fútbol, raquetas de tenis. Con trece años me trajeron una bicicleta Orbea, creo recordar que la bicicleta fue mi último regalo, aquella noche mi hermano y yo, que compartíamos regalo,   fuimos con los Reyes Magos a buscar la bicicleta a casa del vecino.  Por cierto, nunca me trajeron carbón.

Un veintiséis de diciembre de hace cuarenta y cinco años, conocí a Mercedes y con ella descubrí otra forma de celebrar la Navidad. Yo me fui incorporando a sus tradiciones, descubrí al cagane y el caga Tío, averigüe que contrariamente a mi casa, ellos celebraban las fiestas en la intimidad. Su familia apenas celebraba la Nochebuena, pero el veinticinco de diciembre  era el gran día. Se sabía que a las dos de la tarde te sentabas a la mesa, pero nunca sabias a que hora te ibas a levantar.

Almejas, berberechos, langostinos, embutidos, quesos, pates y toda clase de exquisiteces que por aquel entonces en mi casa no se comían. Sopa de Galets, canelones y pavo. De postre:  turrones y neulas. La comida se juntaba con la merienda y la merienda con la cena. Algunos años a mitad de la tarde, se incorporaban a la fiesta el tio Francisco, la Pita y los dos niños, lo cual  daba un poco más calíu a la fiesta. Pero no se cantaban villancicos, al son de las zambombas y las panderetas.  Como mucho cuando llegaron nuestras hijas y los hijos de mis cuñados,  los niños puestos en pie sobre la sillas uno a uno recitaban los  poemas de Nadal y el avi  Felix les daba el aguinaldo.

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Hace ya varios años,  que nuestras tradiciones  se han ido modificando. La Nochebuena la celebramos en casa de mi hermana Maribel y hace tiempo que el Belén fue reemplazado por el árbol de Navidad, los borrachuelos han sido sustituidos por las neulas recubiertas de chocolate.   A las doce de la noche  Papa Noel y sus renos, visitan nuestras casas, trayendo tantos regalos o más que Melchor, Gaspar o Baltasar. Apenas cantamos villancicos y cuando lo hacemos mezclamos las campanas sobre campanas con del fum, fum, fum. El día de Navidad lo celebramos en mi casa, el número de comensales se ha reducido a los familiares más cercanos y la fiesta llega a su fin cuando mis nietos tienen que volver a Tarragona, para hacer cagar al Tió en Rodonya.

Hemos llevado a mis hijas y a mis sobrinos a la cabalgata de los Reyes durante muchos años, mientras eran bebes sobre los hombros y después ordenados por estatura sobre los peldaños de la escalera de aluminio que cada año trasladaba desde mi casa hasta la Cabalgata Real. Deje de hacerlo el día que me di cuenta  que el único que estaba subido a la escalera era yo, porque  casi todos ellos me sobrepasaban en altura. En la vigilia de reyes he hinchado globos de colores, hasta marearme por falta de aire en los pulmones  y durante más de una década he disfrutado del placer de poder ver las caras de mis hijas cuando descubrían el comedor lleno de globos y un montón de regalos por abrir.

De siempre,  hemos intentado infundir  en nuestra familia ese espíritu navideño, que tanto nos gusta a los dos. Mantener la magia y la ilusión de estas fiestas y transmitir a nuestros hijos, a nuestros nietos,  aquellas  tradiciones que heredamos. Seguro que en estos tiempos difíciles de crisis, de paro, de pobreza energética, no puede ser algo tan malo. Parece que en esta sociedad moderna en la que vivimos en la actualidad , solo tengan cabida las nuevas tecnologías, el diseño, lo innovador. Se impone con un asombroso dominio, lo novedoso, lo actual, lo inmediato y ya no hay espacio para lo tradicional.

Pero yo soy de esos tipos raros,  a los que le gusta tanto una hamburguesa de McDonald’s, como un bocata de chorizo. Me maravilla  el cine en 3D, pero me siguen apasionando las películas en blanco y negro. Me encanta el Donuts, pero me pirran los churros con chocolate. Facebook me tiene enganchado, pero tengo un blog que uso a modo de diario personal. Leer un libro electrónico esta muy bien, pero pasar una a una las páginas de papel en un libro es un gesto que roza la ternura de una caricia a un niño.

Me niego a creer que esta sociedad digital, no sepa valorar todo aquello que es único e irrepetible, cosas hechas por las manos de un artesano, cosas hechas con el talento de un artista en cualquiera de sus especialidades. No puedo creer que la  (ciber)cultural  y lo virtual desplace lo tradicional, por esta razón aquí tenéis este escrito con el que quiero reivindicar » LO TRADICIONAL» con letras mayúsculas.

Si la Sra. Alcaldesa  de Barcelona, este año se ha cargado a los Reyes Magos de su Belén, yo   no voy a mandar mi lista de  deseos a Papa Noel,  como vengo haciendo los últimos años, sobre todo porque es de un país nórdico, con mucha pasta y con una tasa de paro muy baja. Este año voy a mandársela a sus Majestades los Reyes Magos de Oriente, que aunque se que la cosa por allí esta muy chunga, ellos son mágicos y siempre han sido más tradicionales. Ya os pasare copia de la carta,  para que le podáis echar un vistazo.

Feliz  fin de año y que 2017 sea menos duro. Os deseo a todos salud, trabajo y amor.

Barcelona, 28 diciembre 2016

Un jubilado tradicional.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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