VIENTO DEL SUR

VIENTO DEL SUR

El calor sofocante mantiene a la ciudad bajo su yugo, un agosto más, la ciudad va quedando paulatinamente vacía. Día a día, la intensidad del tráfico disminuye, las plazas de aparcamientos vacíos, florecen en el asfalto y el graznido de las gaviotas se escucha sobre los tejados, recordando que a muy pocos metros, el mar mediterráneo baña las playas de esta ciudad cosmopolita que es Barcelona. Días de calor y noches de insomnios, que van haciendo mella en la actividad diaria. Apenas tengo ganas  de pintar y lo único que me reconforta es la lectura. Otra vez, entre mis manos una novela que desarrolla su trama en la ciudad de Tánger (Marruecos).  Su titulo “ Niebla en Tanger”, su autora  Cristina López Barrio, que con este trabajo, consiguió ser finalista del Premio Planeta 2017.

Es el tórrido viento del sur, el que verano tras verano, me susurra al oído nombres de lejanas ciudades, Tanger, Tetuan, Larache, Fez, Casablanca. Todas ellas ciudades del norte de Marruecos,  a los pies de los Montes Atlas, en las puertas del desierto del Sahara. Nombres de ciudades que me crean un sentimiento de nostalgia.

Se puede sentir  pena por la lejanía de un lugar, del que no recuerdas haber visitado jamás? Los sentimientos, como la misma vida, son muy complejos. Entre  los recodos de mi raciocinio,  no existen  imágenes sobre esos lugares, pero unos testimonios potentes y veraces, te confirman otra realidad. Un puñado de pequeñas y viejas fotos en blanco y negro, te convencen que esas lejanas ciudades son parte de tu ADN.

Cuando contemplas esos viejos testimonios gráficos, empiezas a entender el porque de muchas cosas. Allí estas, con ocho o nueve meses, entre los brazos de una mujer árabe. Te cuentan que se llamaba Kasmía, te dicen que era tu niñera. Viejas fotos donde estoy  cogido de las manos de mis padres,  con cinco o seis años. A veces  son mis hermanos mayores, o mis primos los que me rodean, todos en bañador, y me cuentan que esa foto esta tomada en la playa de Larache.

Si, yo nací en un pequeño pueblo del norte de Marruecos, se llama Alcazarquivir (creo que significa  casa grande), allí viví hasta los cinco años. En 1956,  Marruecos se independizo de Francia y España, a mi padre que era funcionario del estado, le dieron a elegir un lugar de la península donde seguir ejerciendo como funcionario. Los orígenes de mis progenitores, procedían de tierras andaluzas, pero el azar o la clarividencia,  hicieron que se decantaran por una ciudad en pleno crecimiento y progreso. Barcelona  fue la ciudad elegida para  criar, educar y ofrecer un futuro a sus cuatro hijos.

Hasta la fecha, no he vuelto a pisar Marruecos y en el trascurso de los sesenta y seis años vividos, tampoco he tenido interés por volver. Lo más cerca que he estado, han sido los dieciocho meses que el ejercito me mando al Sahara Español a cumplir con el servicio militar, nunca entendí porque mi hermano mayor los paso en Menorca y a mi me mandaron al desierto. Seguro que el viento del sur, me reclamó.

Novelas  como la de Cristina Lopez Barrio, Sergio Barce o Reyes Monforte, me remueven sentimientos desconocidos. Las Imágenes de los callejones de zoco chico de Lachache, de la medina de Tánger , se agolpan en mis entrañas. El sabor dulzón de un té moruno, el aroma de las especies, el olor a cuero curtido, la llamada a la oración del almuédano, son sonidos,  sabores, olores que en las noches de verano, el viento del sur agita como un torbellino en el interior de mi alma. Al llegar la madrugada, con la suave brisa del mar, llega la calma.

 

Barcelona, Septiembre 2019

José Mª Fdez. Gallardo

 

 

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